…vale, contar lo que se ha visto.  Y ¿qué mirar? Cuando voy por la calle, ¿qué miro? Muchas veces, arriba y abajo. El cielo y el suelo. Cielo: colores, formas, movimiento (azul, naranja, rojo, violeta, gris, blanco, rastros de verde, nubes, arcoiris, lunas, soles…) Suelo: texturas, colores, cosas (la acera rugosa o lisa, calles adoquinadas o no, metales de alcantarilla, los grises del cemento a veces alegrados por el rojo, papeles, colillas, monedas, botones…) Recojo cosas del suelo. Hay varios botones blancos de cuatro agujeros que van siempre conmigo. Amuletos. He encontrado infinidad de monedas de 1 céntimo. Me produce una alegría infantil encontrarlas, siento que son un aviso de cosas buenas. Todo lo que recojo del suelo es un encuentro afortunado. Encontrar algo, inútil o no, se convierte en una señal, un oráculo privado: algo bueno va a suceder, me espera a la vuelta de la esquina. Doy significado a lo que encuentro. O sea, hago que forme parte de una historia, aunque sea una historia que todavía está sin contar (y que espera ser contada). La forma más trivial de la noción de destino se aloja en la palma de mi mano, va a parar a un bolsillo o un monedero diciéndome que una buena historia está al llegar.