Este mes de abril suele ser de mucho, mucho trabajo para quienes nos dedicamos a contar cuentos. Este año no está siendo así para mí. Voy más a menos tranquila en lo que a funciones se refiere estos días y me dedico a imaginar. Se van cerrando cosas: el 11 hice el último taller de ruido y ciudad en el CA2M. Me da pena no seguir repartiendo sonus vestigia y dejar de compartir la escucha con Nilo. Me había acostumbrado a manifestarme los miércoles y se me hace raro no ir a Móstoles. Será por eso que tengo la máquina de inventar encendida: para que no me ataque la melancolía. Como diría Tono, me ha dado por inventar inventos. Puesta a inventar, inventaría los abrazos, la penicilina o la lavadora, todos ellos inventos fundamentales pero que tienen el defecto de estar ya inventados. Me resulta más asequible inventar ripios y limericks y en ello estoy. Hoy, en el CEIP Lope de Vega de Madrid intenté explicar lo que eran los ripios a mi público de 7 y 8 años. Un niño resumió mis explicaciones diciendo: «es como un rap». Cuando acabé mis Ripios de la Mujer del Revés, que eran el cierre de la función, se me acercó e insistió:

– Tienes que ponerle música, me dijo.

Y a lo mejor tengo que hacerlo. Ya que estoy inventando, podría inventarme un rap. No prometo nada, no sé si me saldrá. Lo que sí me han salido son unas funciones de lujo asiático en el Espacio Bebé de Zaragoza, en la Biblioteca de Acuña y estas de los ripios en el Lope de Vega. Salgo saltando, cargadita de energía, de abrazos, de risas y preguntándome cosas. ¿Cómo es posible que contando lo que no hay, hablando de cosas que no existen o que no están presentes, esté tan intensamente en lo que hay, en el presente? Es un misterio. Lo que no está me hace estar. Estas alegrías me dan la certeza de que contar hace más profunda y grande mi vida. Solo espero que a quienes me escuchan les pase lo mismo.

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Esta máquina de dar pasos de gigante es del libro «Máquinas» de Chloé Poizat