las primeras anotaciones que tengo este año de «El perro del hortelano» son de febrero. mi amiga Emma Lobo me invita a dirigirla, igual que hace ya veinte años. me parece increíble, desde hace ya varios años puedo usar números de dos cifras para indicar la primera vez que hice esto o aquello. pues bien, hace veinte años Emma me pidió que la dirigiese, fue mi primera vez. y ahora, otra primera vez: nunca antes había montado una obra del siglo de oro español. así que leo «El perro del hortelano» con la certeza de que sé muy poco. así, sabiendo muy poco me llegó primero el asombro y luego el placer y la alegría. en junio, Quico Cadaval, otro admirado artista a quien puedo decir que conozco desde hace tiempo, (un número de años de dos cifras), Emma y yo comenzamos a jugar juntos en torno a «El perro del hortelano». la última semana de septiembre comenzamos el primer ciclo de ensayos que cerramos el 31 de octubre presentando «El perro mutante del hortelano» en el claustro del Convento de las Clarisas de Elche dentro del Festival Medieval. una pieza de cuarenta minutos, con algo de site specific, en la que hay humor, un rap, juegos con el público y, por supuesto, verso. Lope es un autor generoso que invita al juego. y como también son generosos Emma y Quico, dirigir en este caso ha sido tanto encontrar un lenguaje con el que contar una historia como elegir, elegir y elegir otra vez entre muchas posibilidades. cada vez que dirijo me pregunto en qué consiste. cada proyecto es comenzar de nuevo, buscar a tientas, intentar huir de lo conocido o usarlo como trampolín para llegar a otra cosa. nos quedan dos períodos de ensayo aun para terminar la versión para sala de teatro. y sea lo que sea, ya sé que habrá alegría, ligereza y fuerza. así está siendo este otoño que he comenzado junto al mar. sorprendentemente, gracias Lope de Vega, Quico Cadaval y la energía y valentía de mi amiga Emma, no estoy triste en este principio de temporada marcado por la COVID19. y puedo una vez más, comenzar de nuevo.