Dice Ricardo Piglia en Formas breves:
«La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. ¿No es a la inversa del Quijote? El crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee.»
Acabo de terminar Prisión perpetua, de Piglia también, y solo la pereza me libra de la tentación de transcribir fragmentos, sin apenas comentarios. Copiar frases, proposiciones acerca del arte de narrar. Me estimula intelectualmente Piglia, o sea, me hace cosquillas y me apetece, al hilo de sus pensamientos, pensar yo, pensar mi oficio y mi vida, que son casi lo mismo. Cuento historias, es mi forma de estar en el mundo. Relato sobre el escenario, contando oralmente o dirigiendo, me fascinan en las novelas y cuentos que leo las situaciones de narración y quienes narran: Sherezade, Simbad, Blancaflor o el Marlow de Lord Jim. Encuentro mi vida en el interior de los libros que leo, también en las obras de teatro y las películas que me conmueven; y la pienso mejor, acompañada. No sé por qué necesito tanto leer, escuchar, ir al teatro y al cine. Sé que hay un hambre que solo se sacia con relatos. Y a veces ni siquiera me importa mucho la exquisitez: me basta con una historia bien contada. Lo que eso significa es diferente en cada momento. Hoy ha sido Piglia. En la autobiografía que, según sus palabras, ahora escribo, encuentro mi vida aquí: «El relato está ligado a las artes adivinatorias, dice el Pájaro. Narrar es transmitir al lenguaje la pasión de lo que está por venir.» Pienso en los narradores del futuro que he conocido. Hay quien habla siempre del pasado y hay quien lo hace de lo que sucederá cuando… Donde he puesto los puntos suspensivos está la historia que comienza con un billete de lotería premiado, un nuevo trabajo, una casa nueva, un viaje, una fiesta o una noche de copas. Somos narradores del futuro con los niños y las niñas, sean hijos nuestros o no. Aunque estoy segura de que no es de esto de lo que habla Piglia. Es otra cosa y por eso le doy vueltas. Y recuerdo el cuento de la lechera, que tanta rabia me dio siempre.
Este penúltimo domingo de octubre pienso acerca de mi oficio, de este arte de contar que los seres humanos practicamos con mayor o menor habilidad y que a mí, literalmente, me da la vida.