El lunes que viene es el último día (al menos por ahora) de un trabajo fértil y hermoso, con el que aprendo y disfruto. Lo comparto con Cristina Verbena y esto ya es un lujo. Vino de la mano de Ignasi Potrony y trajo consigo todo un aprendizaje sobre la manera de acercarse a las historias de tradición oral y de contarlas. Estoy hablando de «Tantos cuentos, tantos mundos».
Contar, hablar y jugar con relatos de diferentes culturas, eso he hecho en CaixaForum Zaragoza en estos días. Y allí, gracias a los relatos, los coloquios y los juegos, los niños y niñas participantes me han informado de que los cuentos vienen de la boca y también de los sueños. Me han dado el final de una secuencia de gestos (era tan evidente, que una se pregunta ¿cómo no se me ocurrió a mí?, pero no, se le ocurrió a la niña de cuatro años, Julia, que tenía justo al lado). He descubierto que adoran a una viejita japonesa que ríe y que los niños y las niñas de 4 años se llevan los cuentos en los ojos, en las manos, en los pies, en las orejas y en las cejas. Me han hecho pensar que si un cuento se puede guardar en la nevera, (uno de ellos tenía la certeza de que era el sitio adecuado), tal vez signifique que los relatos alimentan, son comida. Resumo: aprendo un montón.
Y porque aprendo, sé que este trabajo y las propuestas de Ignasi son algo más que una invitación a internarse en el bosque de la tradición oral. Estoy dando los primeros pasos en él y, si miro hacia atrás, veo todavía el camino posible para salir por donde he venido, pero la aventura me espera un poco más allá, en ese lugar en el corazón del bosque a donde todavía no he llegado.