Estamos en carnaval y en Madrid, la ciudad donde vivo, han encarcelado a dos titiriteros. Yo no he visto el espectáculo. En los medios de comunicación han contado que en un espectáculo para niñas y niños se colgaba a un cura y a un juez y había un cartel que ponía «Gora ETA». Se ha hablado de protección a la infancia y de enaltecimiento del terrorismo. Me pregunto cosas: ¿El problema era que se colgaba a alguien o que a quienes se colgaba eran autoridades? ¿No han sido siempre los títeres de cachiporra violentos, transgresores y políticamente incorrectos? Posiblemente el espectáculo no fuera bonito ni de buen gusto ni nada que se le parezca. Pero no creo que eso sea motivo para mandar a nadie a la cárcel. Es muy hipócrita que el primer argumento haya tenido que ver con la infancia y su protección. Durante las navidades nadie parece preocuparse por la insoportable presión al consumo que hay en esas fiestas y la cantidad de juguetes que perpetúan valores cuestionables. Por motivos de trabajo he estado leyendo mucho en estos últimos meses acerca del nazismo. En un libro absolutamente recomendable de Zygmunt Bauman «Modernidad y Holocausto», Bauman dice que para que el Holocausto fuera posible, primero los nazis tuvieron que destruir el pluralismo, y que «el pluralismo es la mejor medicina preventiva para evitar que personas moralmente normales participen en acciones moralmente anormales.» Más abajo añade que «La voz de la conciencia moral individual se oye mejor en el tumulto de la discordia política y social». Sí, hay gente que piensa y siente distinto que yo, que tiene diferentes gustos, que hace las cosas de otra manera. Y eso me protege, nos protege, de quienes creen que en el mundo debe haber un solo tipo de personas, un solo pensamiento, una sola historia que contar.