Durante la semana que acaba hoy he estado así, de aquí para allá. De Salamanca a Zamora y de Zamora a León. Llevando de un lado a otro mis historias, contando para niñas y niños, contando para adultos. He recibido muchos comentarios agradables y felicitaciones, estoy contenta. Han dicho de mis historias que son diferentes. Es un halago enorme y que me encanta, porque no solo reconoce una de las tareas de quienes contamos (tener un repertorio personal), sino que pone en valor la necesidad de lo diverso. Una cuestión importante en estos tiempos en los que desde tantos lugares se siente la presión de un pensamiento único, de una sola verdad, un sólo modo de hacer las cosas.
Aparte de la alegría de estos halagos, me llevo otras. Por ejemplo, el placer enorme de pasear por tres bellas ciudades, una de las cuales visité por vez primera: León. Hoy estuve intentando perderme en la zona vieja de la ciudad y entré en la basílica románica de San Isidoro. Acababa de terminar la misa, había corrillos en la puerta. Algunas señoras mayores se habían quedado en la iglesia y rezaban el rosario de rodillas en los reclinatorios. Me fijé que en algunas piedras de las paredes había marcas con forma de flecha y pensé que habían servido a los constructores para señalar posiciones de colocación. Seguí mirando con atención y descubrí una letra, la b. Buscar estas marcas se convirtió en un juego. Fui mirando a la altura de mis ojos y encontré una en forma de ballesta, más letras, y terminé por fotografiar algunas de ellas.
Me encantó encontrarlas, tocarlas y especular. ¿Serían señales de los canteros? Imaginé la necesidad de perdurar, de decir «yo hice esto», «existo». Pensé en los gestos que las hicieron posibles. Tal vez alguno de ellos haya desaparecido para siempre, pero otros perduren, como perduran y se pierden los gestos cotidianos: los del trabajo o esos de todos los días que hacemos sin darnos cuenta. ¿Cuántas mujeres antes que yo se habrán mirado al espejo y habrán pensado «hoy estoy guapa» o descubierto una nueva arruga? ¿Cuántas lo harán cuando yo no esté? Y sin embargo, hubo una época remota sin espejos. ¿Qué gestos parecen aspirar a la eternidad en la repetición? ¿Cuáles son prácticamente irrepetibles? ¿Cuáles permanecen y cuáles desaparecen? A lo mejor un cantero del siglo XI, mientras marcaba una piedra para poder cobrar por su trabajo o para dejar una huella de su paso por el mundo, trató de imaginar al desconocido que pasaría su mano justo sobre esa piedra. No podía saber de mi. Pero imaginó mi mano recorriendo su marca, tal y como yo trato de imaginarlo a él. Su señal nos une aunque lo haga con un vínculo imposible. Estas palabras que ahora escribo son marcas de cantero.