Esta semana, además de mi cita de cada miércoles con Nilo en los talleres de ruido y ciudad del CA2M, he tenido tres funciones de cuentos en mi ciudad. Las semanas así son un placer grande. Voy a trabajar en metro, y si me apetece, regreso caminando. He disfrutado cada función, pero si me tengo que quedar con una (lo cual es una tontería, ¿por qué tendría que hacerlo? y sin embargo, lo voy a hacer), me quedo con la del viernes en la Biblioteca José Luis Sampedro. Mientras contaba una niña y un niño se durmieron, vi caras de asombro en algunos rostros adultos, me fue a ver un amigo, una niña se me abrazó en cuanto dejaron de sonar los aplausos, una mamá me dijo orgullosa que su hija se llamaba como la protagonista de uno de los cuentos que conté, una niña que llegó tarde se enfadó con su padre y le hizo prometer que volverían a la biblioteca a escuchar cuentos, otra me hizo meter una zanahoria en un cuento y precisamente esa zanahoria me dio una idea para jugar dentro del relato… Pasaron muchas cosas. Tantas, que cuando acabé no podía ir al cine, como había planeado. Decidí regresar a casa dando un paseo, en el que encontré una moneda de un céntimo en la acera. Estaba de subidón. Saltaba y saltaba, aunque nadie lo viera, aunque por fuera no se notara. La foto es de Henri Cartier-Bresson.