Cuando escuchaba la palabra “acción” en el rodaje, Jack Lemmon decía: “Tiempo mágico”. Es una descripción hermosa y precisa del tiempo de los cuentos, ese que comienza con Había una vez o cualquier otra fórmula de apertura. Un tiempo que multiplica el tiempo, un tiempo en el que todo es posible. Lemmon habla desde el punto de vista del intérprete, él, desde luego, entra en ese tiempo. Yo también siento eso en las funciones: que lo que no está me hace estar, que vivo intensamente cuando cuento. Es la vivencia del tiempo mágico. Como espectadora también me sucede. Pienso entonces que el tiempo mágico es generoso: quien lo vive, lo hace vivir.
La ficción produce ese tiempo mágico paradójico. Pienso en sus implicaciones: anticipamos, nos vamos del presente con ese mismo mecanismo. Imaginar el futuro es también estar en la ficción y multiplicar el tiempo. El cuento de la lechera hace referencia a esa ficción que nos traiciona. Ese relato de niña me producía tristeza y desasosiego. La diferencia entre la lechera y Lemmon está en el placer del ahora. El tiempo del que habla Lemmon es puro presente, puro juego, no es el tiempo de la ansiedad, ni el de las espectativas, que a menudo te saca del ahora. Lo sé, pero no puedo dejar de esperar, de imaginar ficciones acerca del futuro. Todo comienza con un deseo o con preguntas: ¿cómo me irá esta temporada? ¿Contaré mucho? ¿Viajaré? Y entonces imagino en ese territorio de lo incierto y la posibilidad que es el futuro.