Llevo bastante tiempo sin escribir aquí. A veces se me olvida. A veces me rebelo. No me apetece, me da pereza, no quiero, no quiero y no quiero. Otras veces me gustaría escribir pero no se me ocurre qué decir. A veces no escribo simplemente porque estoy viviendo. ¿Para qué escribir aquí? ¿Para qué comunicarnos a través de estos medios? ¿Me lee de verdad alguien? A ratos escribir aquí es como pensar en voz alta. No pienso en quien escucha, no sé si hay quien lo hace, simplemente pienso en voz alta. Anoto cosas para no olvidar que sucedieron. Al anotarlas, las pienso mejor. A veces, imagino lo que Carmen Martín Gaite llamaría un interlocutor soñado. Y hablo con ese alguien sin rostro o con un rostro multiforme, cambiante. ¿Estás ahí?
De todo lo que ha pasado en noviembre y lo que llevamos de diciembre, si hay que elegir, y hoy he decidido que sí, me quedo con «Todo por decir», un experimento con adolescentes que pude realizar gracias a Laura, de Binomio Teatro, que confió en mí y en mi trabajo. Sucedió en el instituto Parque Goya el 9 de noviembre. Fueron dos largas conversaciones entremezcladas con cuentos en las que los chicos y las chicas asistentes me hicieron un hermosísimo regalo de confianza. Al hilo de las historias hablamos y hablamos acerca de cómo querrían que fuera su instituto, acerca de la libertad («es apasionarse por algo y hacerlo», dijo una chica), contaron historias personales, hablamos de acoso, amistad, amor, de ser diferente, de violencia, envidia, belleza, de qué es lo que nos gusta del otro/la otra, qué nos seduce, de ceguera, cicatrices, de la promesa de no herir… Sé que lo importante no está en la lista de temas, sino en el espacio de escucha, conexión y belleza que hicimos entre todos, entre todas. Sé que sucedió algo efímero, hermoso, irrepetible. Sé que esa mañana escribimos juntos, escribimos juntas en el aire.