el último trimestre de 2021 fue ajetreado. estuve de aquí para allá, como es habitual en quienes nos dedicamos al oficio de contar. y esa es la excusa que tengo para mi pereza: que no pude «hacer nada», esa actividad consistente en no hacer que es mi mayor talento. cuando no hago nada, o hago poco, o simplemente mi vida es un poco más quieta, me resulta más fácil sentarme a escribir cosas. digamos que, en mi caso particular, contar oralmente me lleva a los caminos y escribir me retiene en casa. y digo que es mi caso particular porque sé que no es así para algunas compañeras y compañeros. pero me resulta divertido pensar hoy lo que hago en términos de movimiento. si cuento oralmente tengo que ir, tengo que moverme, porque nadie se acerca a mi casa a escuchar historias, sino que yo acudo, voy al encuentro de quienes quieren escuchar hasta un espacio público que no es ni mi casa ni la de quienes acuden a escucharme. cuando escribo, lo que se mueve es el soporte, que entra en las casas de quienes quieren saber qué me cuento así, por escrito, y entran en internet o compran un libro. yo, sin saberlo, entro en sus casas y estoy en sus manos, literalmente. en mi caso, contar y escribir son actividades complementarias. sin los caminos no tengo historias. pero el equilibrio entre moverme y estarme quieta, eso es algo que todavía no he conseguido. a lo mejor no existe.

si ahora escribo es porque he conseguido estarme quietecita seis días seguidos. mañana vuelvo a ponerme en marcha. me gustaría, en otro momento de quietud hacer un mapa de los sitios a los que fui, contar así el precioso inicio de esta temporada. si no, al menos colgaré una lista de sitios, que seguramente es la forma más antigua de los mapas: una lista de lugares. los mapas más antiguos son relatos, los aborígenes australianos cantan su territorio: cantar y contar están ligados al caminar, al ir de un lado a otro. «si caminas sin parar, todo te saldrá bien» dice Chatwin que dijo Kierkegaard. ¿qué caminos me depara este año que comienza?