En el Sexto Festival de Internacional de Cuentos para Niños de Oaxaca, México, tuve la suerte, el placer, el privilegio de compartir espacios con dos de los más excepcionales narradores de historias que conozco: Carolina Rueda y José Campanari.
¿Qué tienen de especial las y los contadores de historias que me gustan? ¿Qué veo en ellos que no veo en otras personas y que hace que los demás me resulten pálidos? He visto muchos contadores de historias encantadores, les siento el placer de estar ahí y disfruto de su trabajo. Pero lo que hacen Campa y Caro es más que eso. Las historias les habitan. Se les salen (a cada uno a su manera, la manera de Caro: a borbotones, en cascada, con la fuerza del agua cuando ha estado contenida y tiene que brotar, inundándolo todo. En Campa más suavemente, casi con pereza) por los ojos, por las manos, por el cuerpo, en el hálito. Respirar es contar, contar es respirar. El mundo por un instante es lo que ellos son capaces de ver y contarnos. La escucha no tiene nada de pasivo, gracias a ellos estamos ahí, asistimos al acontecimiento narrado. Formamos parte del acontecimiento. Aunque lo único que sucede, aparentemente, es que un hombre, una mujer, hablan.
Palabra encarnada, voz más que sonido articulado, poesía de un modo de respirar el aire, el mundo, de un modo de verlo y devolvérnoslo en una mirada, en los ojos, en sus ojos. No estoy haciendo ninguna metáfora, es en la mirada donde está el relato. La poesía es el modo particular, la manera que esa mirada adquiere. Los grandes narradores nos entregan el mundo, su mundo, en sus ojos. Y su mundo es su forma de habitarlo. Esto nos arropa.
Los detalles marginales, lo pequeño a lo que apenas prestamos atención, lo que parece no ocupar espacio y sin embargo es esencial. (Ese es Campa sentadito en su silla, como queriendo no ocupar espacio).
La borrachera de estar viva, la oportunidad atrapada al vuelo, el placer de estar aquí en este mundo imperfecto, raro, lleno de sombras y maravilloso a ratos. (Esa es Caro)
Me cuenten lo que me cuenten, (¡que me cuenten lo que quieran!) lo que yo sé es que quiero ir allí, a ese lugar que ellos habitan, donde me llevan cada vez que les escucho contar.