Esta semana que acaba he tenido bonitos encuentros en la provincia de Teruel: un ogrólogo en Híjar y avistadores de duendes en Albalate del Arzobispo. Varios niños del colegio afirman haber visto alguno en sus paseos por el campo mientras buscaban setas con sus padres (ventajas de vivir en un pueblo, con el campo cerca). Hubo incluso uno que vio un duende bajo su mando de la play. Podríamos haber estado hablando de duendes toda la mañana. Eran especialistas. En Alabalate me pidieron también historias sobre dinosaurios. Contesté que no sé ninguna. Al salir del colegio, dos de los especialistas en duendes jugaban en el patio. Uno me dijo que volviera pronto. El otro, que aprendiera cuentos de dinosaurios: «Hay libros de quinientas páginas», me informó. En fin, que me han puesto tarea. Antes de comenzar mis investigaciones acerca de los dinosaurios aporto datos eruditos sobre duendes y ogros. Acerca de estos últimos se dice que tienen ojos terribles y colmillos de jabalí, aunque una revisión geográfica nos permite descubrir diversidad de apariencias: la ogra Uzembini de los zulúes tiene un gigantesco pulgar en los pies y el Jaelbaegen siberiano siete cabezas. Tal vez se podría hablar de adaptaciones genéticas al medio ambiente. Es una lástima que Darwin no se haya ocupado de los ogros como se merecen. De los duendes, un apunte etimológico: su nombre podría derivar del árabe duar, el que habita, el habitante.
Para más información, consultar el Diccionario Ilustrado de los Monstruos de Massimo Izzi.